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Carlos
del Moral
La sucesión
implacable de los días y de las estaciones, convertida en ritmos
y cadencias cromática a golpes de intuición, es la sustentación
más elemental de las que René Berger llamara
artes del tiemo.
La pintura, la más visible de ellas, sin la consecuencia de
la asimilación de
conocimientos estéticos, es sin embargo un alegato dialéctico
que escapa a toda instrucción, a toda acción premeditada.
Este aserto alcanza categoría de verdad incontrovertible en
la obra de Carlos del Moral, joven pintor formado en el estudio
de Esperanza Machado, en cuyos trabajos de racionalidad y equilibrio
son subvertidos, con recursos esencialmente plásticos en constante
verificacación, a favor de una dicción en la que, sobre
las apariencias de la realidad, prevalecen inestables instancias subjetivas
que se imponen sobre la convencionalidad representada y que son precisamente
las que despertaron nuestra atención y las que nos llevaron
a aceptar la que es su primera exposición, gozosa primicia
de las que muy pocas veces puede disfrutarse en las galerías
de arte.
De aquí que las significaciones que muestran sus telas deban
ser contempladas como en lo que en realidad son: proyecciones de un
espíritu no contaminado ligado a la naturaleza por vínculos
que hemos de calificar como mágicos, por un pensamiento en
el que la realidad y la ensoñación se alían para
decirnos algo de quien es el que las creó y cual es la escala
de valores a que deben su existencia. |
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