LUZ R. GUILLÉN – ANTÓN DÍEZ

“VACÍO AZUL” Del 15 de marzo al 7 de abril de 2010

Antón Díez. “Sonámbula”. Madera de calabaza, 25 x 45 cm.

“Escarabajo”. 25 x 50 cm.

“Personaje con gorra de plato”. Madera de calabaza, 20 x 35 cm.

“Habitación azul”. Acrílico sobre lienzo, 116 x 89 cm.

Luz R. Guillén. “Eclipse azul”. Acrílico sobre lienzo, 92 x 92 cm.

“Añoranza”. Acrílico sobre lienzo, 92 x 92 cm.

Luz Rodríguez Guillén nació en Hellín (Albacete) y se formó en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, doctorándose en la de Valencia, ciudad en la que reside como profesora de su universidad.
Ha mostrado su obra en exposiciones individuales en Valencia (galería Jaime, 1985; Puerto de Sagunto, 1986; Puzol, 1988; Bachiller, 1993; Mislata, 1993; Torrente, 1994), León (Biblioteca Pública, 1987), Pamplona (galería El Porche), Tarragona (galería Josep Panadés, 1988). En la galería Orfila de Madrid expuso anteriormente en los años 1989, 2003 y 2006.
De entre su participación en colectivas cabe destacar las celebradas en Buenos Aires (Roca, Río Negra), Valencia (L’Aplec, Del Palau, Thema, Círculo de Bellas Artes, Cinq Secgles en la Universidad de Gandía), Madrid (Facultad de Bellas Artes, C.C. Buenavista), Santiago de Chile (Museo Salvador Allende).
Ha realizado numerosas ilustraciones y portadas para libros (Cuentos Populares Rusos, Los Falampos de la Nieve,Plastilocuentos, Imágenes del laberinto, La ciudad en brasas, El sueño de Copenhague… ).

Antón Díez nació en Villablino (León), en 1941. Colaboró en la fundación de la revista de poesía y crítica literaria Claraboya. Diseñó e ilustró publicaciones y libros (Luis Mateo Díez, Eleuterio Pardo, Florentino Agustín Díez… ) o la colección de escritores leoneses Los libros de Candamia (Elena de Santiago, Aparicio, Llamazares, Colinas, Antonio Pereira, Victoriano Cremer… ). Terminó sus estudios de Bellas Artes en la Escuela de San Fernando de Madrid en 1967. En 1969 formó el Grupo Jamúz, con su esposa la pintora Luz Rodríguez Guillen y el tambien pintor Cantero Pastor. Ha realizado grabados, cerámica, esculturas en hierro fundido y madera, murales cerámicos y a la encaústica, exponiendo su obra en Madrid (galerías Arte Horizonte, Aldaba, Balboa, Agapito Fernández), León (Fundación Sierra Pambley de Villablino), Oviedo, Cuenca (La Escalera), Barcelona (Nova), Mataró, Denia, Alicante (Maliarka), Buenos Aires, Santiago de Chile (Museo Salvador Allende), entre otros espacios y lugares.
En 1979 se inauguró en Villarreal de los Infantes (Castellón) una gran escultura (seis metros de altura) de hierro policromado, material que utiliza con frecuencia. Sus más recientes trabajos se recogen en las series Retrato de hombre corriente, Inventario, La piel deshabitada e Inventario de insectos, expuestas en varias ciudades. En 2007 ejecutó un mural en soporte digital de ochenta y seis metros cuadrados, que junto a esculturas de gran formato, urnas y relieves medios (en los que empleó madera de calabaza, material poco usual que muestra ahora en la galería Orfila) se situó en el edificio de las Cortes Valencianas.

Luis Mateo Díez escribe en el catálogo de la exposición:
El azul es una elección premeditada en estos cuadros y esculturas de Luz R. Guillén y Antón Díez, que compaginan, desde la distancia de sus representaciones, un paralelo compromiso con el vacío que promueve la ausencia. Pintar para llenar o para recomponer la imaginación suscita el propio acto creativo, en el trabajo del artista tan atado a la vida como a las desapariciones. Las figuras reposadas o ensoñadoras, las torsiones de formas y espacios que expresan esperas, huidas y melancolías, en los arrebatos plásticos de Luz, encuentran una línea de continuidad en las fantasías totémicas de Antón y, entre ambas, apenas misteriosamente, un fluido de fuerza y vitalidad tamizada por la huella de ese quinto color del espectro solar que es el azul. Esta muestra es el resultado de un regreso en el trabajo de dos artistas necesitados de la serenidad que sólo en la creación puede encontrarse. Ambos vuelven a los más poderoso de sus invenciones, como si en el regreso se produjera el descubrimiento más hermoso y radical de lo que llevan haciendo en indagando. Un vacío que se llena. Una ausencia vivificadora.