MYRIAM TOLEDO

“ÍCAROS” Del 10 al 29 de junio de 2013

Eterna despedida. Técnica mixta sobre tela, 81 x 100 cm.

La flor del arco. Técnica mixta/tela, 146 x 114 cm.

Deja de soñar con cometas. Técnica mixta sobre papel, 140×190 cm.

Il tempo. Técnica mixta/papel, 100 x 70 cm.

Myriam Toledo (Roma, Italia, 1968) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, especialidades Pintura y Grabado Calcográfico. Completa su formación artística con becas y talleres en España, Francia, Luxemburgo e Italia.

Destancan sus exposiciones individuales en Francia, en Asociación France-Espagne (1995) y Galería Les Bonnets Rouges (1996), Bourges; Galería Ángela Sacristán (1999), Espacio Crisol (1999) y Galería Orfila (2013), Madrid; Club Financiero, La Coruña (2004); Palacio de la Audiencia, Soria (2005).

Ha participado en numerosas colectivas, premiada y seleccionada en certámenes artísticos nacionales e internacionales.

Luces de Oxford

Cuando se pasa la página de la infancia, se pasa también la página de la vida. Porque lo que viene después es una dura supervivencia hasta el ocaso. Pero hay roques, peñascos, islotes, oasis, instantes de felicidad que nos devuelven la alegría irrepetible de lo que fuimos: la pintura, sin duda, es uno de ellos.

En una fase crítica de la excelente adaptación televisiva de la novela de Evelyn Waugh, “Retorno a Brishead”, Cordelia, la hermana pequeña del atormentado protagonista, Sebastian, le dice al amigo de este, el incipiente pintor Charles Ryder, que “el arte moderno es una tontería.” Ryder ni asiente ni discrepa, digamos que consiente. ¿Es que el arte, moderno o no, puede ser algo más importante que una tontería? Si fuera algo serio, algo transcendente, algo del más allá, sería muy aburrido.

Siempre he visto en la obra pictórica de Myriam Toledo las luces que iluminaban los ojos de ese pintor inventado por Waugh, con las que fue más feliz, las luces de su primer semestre en la universidad de Oxford. Aquellos años veinte, paréntesis entre desastres, fueron el último capítulo de la infancia para ambos personajes, Ryder y Sebastian, por eso la luz es pura y los colores que la representan únicos pero repetibles. Captar esa esencia, casi raptarla, es lo que pretende Toledo en cada obra: azules que devienen en añil, ocres que se iluminan entre rojos y atípicos verdes casi trágicos.

“Estos días azules y este sol de la infancia,” fue el último verso de don Antonio Machado, el papel que se encontró en el bolsillo de su gabán. Probablemente lo escribió en aquellos días horribles de Coilloure, en febrero de 1939, frente al mar. Cuando me paro ante un cuadro de Myriam Toledo -porque ante los cuadros hay que pararse, más que un ratito- recuerdo ese verso final, de rescate de la luz de la infancia, de la plenitud de la vida, de un islote de felicidad en medio del caos y la decadencia. Como las luces de Oxford, siempre en la memoria, los colores de la obra de Toledo reconfortan.

José Mª Noguerol