ALFREDO DÍAZ-FAES
Del 8 al 30 de septiembre de 2016
El salto. Técnica mixta/tabla, 168 x 123 cm
Bajo el mar. Técnica mixta sobre tabla, 100 x 132 cm
Espacio en rojo. Óleo sobre fibra de vidrio y lienzo, 100 x 100 cm
Frío y calor. Óleo sobre fibra de vidrio y lienzo, 40 x 40 cm
El canto del gallo. Óleo y fibra de vidrio/lienzo, 60 x 60 cm
Alfredo Díaz-Faes (Oviedo, 1960). Realiza su primera exposición individual en la Galería Altamira, de Gijón, en 1996, a la que siguen las celebradas en Oviedo: Sala Cimentada (1997), Galería Dasto (1999, 2002, 2005, 2010) y Universidad de Oviedo (2000); Galería Orfila, Madrid (2016).
Participa en colectivas en salas de Barcelona, Madrid y de diversas ciudades asturianas, además de ferias de arte como la Feria Internacional de Arte Contemporáneo MAC-21, Marbella (1998); Estampa, Madrid, Arte Santander y Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla (1999, 2000); Feria de Arte ciudad de Oviedo (2013, 2015); GIAF, Feria Internacional de Arte de Gijón, One Project representando a la Galería Orfila (2016).
Ha sido seleccionado en numerosos certámenes a lo largo de todo el territorio nacional, obteniendo, entre otros galardones, el Primer Premio del I Certamen de Pintura, convocado por la Galería Dasto, Oviedo (1998); Segundo Premio de Pintura, II Certamen Fundación Asturias, Oviedo (1995); Mención Honorífica en el I Concurso Arte Joven Asturias 94, Gijón (1994). Tiene obra en colecciones públicas, como las de la Universidad de Oviedo y la Fundación Asturias.
Sinceridad plástica poseída de color
El pintor Alfredo Díaz-Faes sintió desde siempre una profunda atracción hacia el arte, interesándose de manera autodidacta por la ilustración y el cómic, hasta que en 1990 comenzó a asistir al Taller Experimental de Humberto. Fue entonces cuando comenzó a definir un estilo personal que, desde 1994 en formatos colectivos y desde 1996 en muestras individuales, ha logrado importantes galardones y el entusiasmo de la crítica y del coleccionismo. Y lo ha conseguido con grandes dosis de esfuerzo y experimentación continuada en su estudio, con horas de ensayo y con una evidente capacidad de reinventarse como creador.
Hoy por hoy Díaz-Faes es un artista que domina como pocos las posibilidades de la fibra de vidrio, aplicada con delicadeza y gran pericia técnica, en obras que sonsacan su infinita riqueza de matices y posibilidades visuales. Creo que en esta exposición se condensan sus tres grandes grupos de preocupación plástica, con modalidades técnicas diferentes, trazando una semblanza artística del creador, a modo de resumen de su trayectoria profesional.
En primer lugar, tanto en gran formato como en cuadro más íntimos, hay un grupo de obras que pudieran denominarse “romántico-líricas”. Un romanticismo transcendente, no carente de una delicada emoción estética donde las formas y colores de la fibra se sedimentan creando efectos atmosféricos, originales interferencias de luces e impresiones donde el azar y la alusión a la naturaleza se amalgaman de manera magnífica y refinada. Como Rothko, el artista ha logrado composiciones silenciosas que parecen exudadas del soporte y que funcionan, por una parte, como una suerte de testigo paleontológico de la universal memoria visual y, por otra, como una constatación de impresiones lumínicas sobre el color local. En cualquier caso son cuadros pausados, limpios de factura, con efectos vaporosos, sin estridencias. Adivino en ellos una moral plástica muy clara, porque nunca se plantean como una idea sobre el mundo y sus realidades, sino como una idea en sí mismos, como un estado del ser universal que no responde a algo concreto ni localizado, dramatizado por Díaz-Faes por la fuerza del sentimiento.
Otro segundo grupo de obras, que podría denominarse “rojos mágicos” parafraseando los “cuadrados mágicos” de Paul Klee, se plantean como recortes de fibra de vidrio de colores intensos, con el carmín como protagonista. En ellos las transiciones de planos son abruptas, se obvia la evanescencia y el silencio del grupo anterior, porque hay una sonoridad visual de contrastes, de ritmos y de formas. Se pierde el sentido matérico y la impresión de vestigio geológico, para explorar caminos que tienen que ver más con lo antropológico. Son cuadrículas polícromas, a veces cubiertas de pictogramas a guisa de formas aisladas de un sintagma de representación. Cualquiera puede ver que no tienen un discurso congruente sino que operan como elementos reciclados, de-construidos, como un puzle de múltiples elementos plásticos significantes, sean planos o signos. En estos cuadros tan atractivos visualmente no hay sólo, como afirmaría Derrida, un fenómeno de comunicación sino también de significación (por afirmación o por negación) del símbolo. Formalmente las relaciones cromáticas son magníficas, tanto que parecen una lección de Johannes Itten en la Bauhaus, porque trabajan como un autodescubrimiento intuitivo y abstracto del color, el movimiento y el tiempo.
Por último es necesario referirse a un tercer grupo de obras, aún más audaz pictóricamente y que demuestra la constante revisión de los resortes creativos de Alfredo Díaz-Faes. Lo constituyen piezas concebidas como collages, con recortes de fibra de vidrio dispuestos sobre un fondo blanco. Se percibe una concepción distinta a pesar de trabajar con los mismos materiales. Hay un sentido lúdico, divertido, imaginativo y, también, comunicativo, que pierde la presión metafísica de comprensión y aprehensión del mundo, y se sustancia en un sentido más narrativo, aunando elementos geométricos y sistemas orgánicos. Funciona como un suprematismo colorista, con formas que flotan en un espacio limpio donde el espectador cree descubrir historias, pero donde lo que realmente existe es una pulsión rítmica de colores y formas.
En los tres grupos, cada obra ha comenzado como una nueva aventura, como un drama interpretado por formas y colores, y ni unos ni otros están previstos anticipadamente. Con la práctica diaria de un monje en su taller, Alfredo Díaz-Faes va gestando el milagro de cada cuadro, a través del diálogo entre creador y materia, y sólo después de terminado se convierte en un extraño, se añade un título y se revela como drama renovado, visual, mental y referencial, para los espectadores.
“El color me posee, me posee para siempre”, decía Paul Klee explicando su condición de pintor en un momento en el que el problema cromático se había llegado a considerar como una tema estrictamente decorativo. Y este aserto sería también aplicable a la producción de Díaz-Faes. El color disfruta en sus manos, se violenta en sus composiciones y acapara los mensajes visuales, unas veces sonoros y otras silenciosos, estridentes o sutiles, connotativos o denotativos,… pero siempre valientes y sinceros porque son el testimonio de una vida artística entregada a la verdad.
Ana María Fernández García
Profesora de Historia del Arte
Universidad de Oviedo