JUAN SALVAGO
“No lugares imaginarios” Del 5 al 28 de enero de 2017
Utopías II. Acrílico sobre lienzo, 92 x 73 cm
Mundo cruzado. Acrílico sobre liezo, 200 x 160 cm
Torre I. Acrílico/lienzo, 80 x 40 m
Deshabitado. Acrílico/lienzo, 116 x 89 cm
Juan Salvago es licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Ha mostrado su obra en exposiciones individuales en Madrid (galerías El Ratón, 1987; Santa Bárbara, 1990; Belagua, 1994; La Nave del Arte, 2001…), en Badajoz, Ávila y Vitoria, así como en colectivas en varias ciudades españolas y en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana (Cuba).
LATENCIA
El sentido de un viaje lleva siempre rasgado como estigma el momento mismo de la partida. El vértigo de una oquedad intolerable que reclama desde el principio el asidero de otro dolor de gesto más compasivo: el del regreso, la nostalgia.
Nunca son iguales las cosas tras la ausencia, no se resignan. Tras ésta, en el fondo, libran aquéllas la pugna por hallar el lugar del que se vieron privadas. Niegan la negación y edifican su utopía.
El enigma patente de la ficción arquitectónica tal como emerge en la pintura de Juan Salvago, pienso que puede entenderse a partir de la aceptación de que el entramado completo está fundamentado en una rigurosa, aunque impuesta, negativa. Imposición en ningún sentido ajena a la naturaleza misma del artista, la cual le impide disimular la experiencia de la visión aterradora de aquel vacío, el caos de la separación que no se puede ocultar, ni tampoco expresar, sino sólo anular en el nuevo orden que nace como única alternativa posible.
Es en el fruto de la necesidad donde se obra siempre el milagro. La ficción, el viaje por las latitudes del sueño, va fijando el ámbito riguroso en el que germinan el lugar y el momento exactos para el encuentro -un ritual insólito plasmado en el ritmo intenso de las coincidencias, espacio en el color, formas en el tiempo, elevación en lo sumergido- de las cosas que buscaban una redención a su desvalimiento. El artista las libra de aquella angustia, la de la vivencia en el borde de la inexistencia.
Resucitadas a una realidad -sin gozo- le cumple al espectador, absorbido en ella, el encargo de una nueva redención, la de la existencia en las orillas del olvido. Como al final de la galería de la nostalgia, tras el dolor por volver, el dolor de volver.
Tal vez sea en la reunión de las veladuras donde se reedifique el enigma latente, es decir trascendente, que subyace esparcido en la experiencia estética del modo como aquí nos llega gracias al azar de una madurez. Tal vez ellas sean la única concreción posible de aquel balneario clavado en un costado de Cádiz y en el corazón de la infancia.
Alfonso Silván Rodríguez, editor