JULIO ALONSO YÁÑEZ. “Discronías”.

Del 15 febrero al 6 marzo de 2021

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S.T. I. 2020. Técnica mixta sobre lienzo,120 x 120 cm

S.T. II. 2020. Técnica mixta sobre lienzo, 120 x 120 cm

S.T. III. 2020. Técnica mixta sobre lienzo, 120 x 120 cm

S.T. VII. 2020. Técnica mixta sobre madera, 40 x 40 cm

S.T. 2019. Pizarra, acero, aluminio y epoxi, 29 x 25 x 15,5 cm

S.T. 2019. Protesis de cadera humana, hierro, titanio y epoxi, 30 x 15x 15 cm

JULIO ALONSO YÁÑEZ Discronías 
Del 15 de febrero al 6 de marzo de 2021

Julio Alonso Yáñez  (Madrid, 1963). Artista multidisciplinar, se forma, en los años 80 del pasado siglo, con la escultora María Luisa Campoy en la Escuela Krom de Madrid. Profesionalmente, compagina la práctica artística (pintura, escultura e instalaciones) y la de la poesía con la Medicina energética, siendo creador de la TEI (terapia energética e integrativa), cuyos principios vierte, a su vez, en su creación a través de una constante búsqueda experimental.

Exposiciones individuales (selección)

1995: Museo de Arte Contemporáneo de Ayllón (Segovia). Galería Viveka, Segovia.

2018: APPA Art Gallery, Madrid.

2019: Ateneo de Madrid. Fundación Caja Burgos, Aranda de Duero (Burgos).

2021: Galería Orfila, Madrid.

Exposiciones colectivas (selección)

2018: Art International Zurich Contemporary art fair (Suiza)

2019: Ferias de arte Hybrid, Faim y Estampa, Madrid. Arteleda II, Candeleda (Ávila).

2020: AFF, art fair Milán (Italia). Arteleda III, “Arte en los balcones”, Candeleda. “Arte en papel”. Palacio Quintanar, Segovia.

Es autor de varias publicaciones ilustradas (pinturas y collage) de poesía. Está representado en el Museo de Arte Contemporáneo de Ayllón y en colecciones particulares en España, Suiza y Kuwait.

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Discronías. El arte sanador y la ruptura del tiempo.

El pasado vive en el presente como una forma de orden implícito.                          

David Bhom.

En el hombre contemporáneo, la constante sobreexposición a las imágenes –en su mayoría fútiles y de consumo inmediato, productos “artificiales” de nuestra era digital -, la sobreexcitación mental y el embotamiento de los sentidos que produce, apelan cada vez más a la necesidad de una nueva relación con el arte, que se dirime, como contrapartida, entre el énfasis en la experiencia sensible originada en la contemplación de la obra artística, poniendo al espectador como centro, y la actual responsabilidad y quehacer del artista para lograr la restitución de esa experiencia, partiendo de las características intrínsecas o diferenciales del objeto artístico.

La libre creación y la generación espontánea de imágenes, sumada a aquellas otras diseminadas en torno cuyo significado latente espera ser revelado a través de una narración –entre las miles posibles – que les dote de sentido, permiten al creador liberarse de ataduras formales y que se expresen y materialicen las tensiones y pulsiones del inconsciente que muchas veces acaban generando dolor, frustración y enfermedad.

Por otra parte, el arte nos permite construir el mundo de nuestros sueños, mundos también de luz y color, formas y armonía, que se despliegan ante el espectador en cuanto éste, parándose un poco, fija su atención en la obra, reconstruyéndola literalmente en su cerebro a través de sus sentidos, para re-crearla desde su propia interpretación. Una proyección a través de la que el espectador toma conciencia de sí, de sus incertidumbres y necesidades, recreándose en sus anhelos y expectativas, de superación personal o su propio mejoramiento, como también de la posibilidad de un mundo mejor. El receptor, el testigo de la obra, se convierte así en el actor principal de la representación.

A su vez, la contemplación de la obra puede ser aquietante, restauradora de la conciencia del espectador, pues la manualidad y la propia fisicidad del arte, la energía que de ellas dimana, nos pone en conexión con nuestros sentidos, especialmente la vista, pero también el tacto, como en el caso de la escultura, contribuyendo a nuestra autopercepción. Al ponernos en contacto con nuestro yo físico, el arte nos devuelve la conexión con nosotros mismos, serenando la mente y suavizando las tensiones en el cuerpo, cumpliendo ese papel sanador.

Por último, las formas del arte nos hacen conectar con el “misterio” que representa la existencia, su percepción íntima como transcurso, la temporalidad que define nuestro ser. La experiencia del acto de contemplación, lo que tiene de momento “extático”, puede llevarnos a ser capaces de percibir la porosidad de los estratos del tiempo, cómo éstos, según sugiere el historiador Reinhart Koselleck, son permeables y están interconectados entre sí. Es así como llegamos a percibir las llamadas discronías o rupturas del tiempo, en las cuales el pasado se yuxtapone o emerge en el presente y el presente se retrotrae al pasado en un evento disruptivo que altera el continuum temporal; un salto que “anticipa” -al menos a nivel de nuestra conciencia – también el futuro, pues, iluminada nuestra historia, una vez recompuestos sus pedazos dispersos, nos preparamos para cambiar su curso y, consecuentemente, para modificar el futuro. Este eslabón entretiempos, resultado vívido de la confluencia de nuestras experiencias y nuestras expectativas, tiene que ver con “el eterno presente” de la conciencia de que hablan los Upanishads, las antiguas escrituras de la India, pero coincide a su vez con la física cuántica en su formulación del tiempo como convención de nuestros sentidos, desde la que David Bohm dedujo su modelo holográfico de la estructura del Universo y que el neurofisiólogo Karl H. Pribram aplicó, asimismo, para explicar el funcionamiento de nuestro cerebro.

Por medio de la integralidad del arte, como experimentación, podemos penetrar en todos estos sutiles misterios, pero más allá, a partir del método de prueba y error, llegar a tener una vivencia del pasado que nos sirva para aprender en el futuro.

Julio Alonso Yáñez